viernes, 24 de diciembre de 2010

Capítulo 3. - La verdad duele.

Estaba nerviosísima. No sabía ni qué ponerme para el esperado encuentro con Fernando. Miré todo mi armario, e incluso el de mi madre. Cogí los vestidos y conjuntos que más me convencían, y al final opté por un conjunto de falda con vuelo casi por las rodillas de color malva y una camiseta blanca que descubría los hombros. Por supuesto me puse medias y unos botines planos muy cómodos pero a la vez perfectos para una cita. Me dejé el pelo suelto, me lo peiné y me quedó un poco ondulado; me gustaba, pero preferí ponerme una diadema finita, así quedaba perfecto.
Saqué el paraguas del bolso, y en su lugar metí en él el móvil (que antes llevaba en el bolsillo del pantalón), un pintalabios por si acaso, las llaves de casa y otras medias; nunca se sabe.
Eran las 6 y media. Dios mío, ¡aún quedaba otra media hora! Qué sufrimiento. Mientras que esperaba encendí la tele. Miré todos los canales, y lo único interesante que echaban era un documental sobre la flora y fauna de los bosques de Ecuador, así que imaginaos. Me quedé viendo el documental hasta menos cuarto. Vaya, había llegado tarde, me perdí muchísimo de él, porque normalmente suelen durar una hora, o hora y media.
En fin, apagué la televisión y esperé quietecita en el sofá hasta que, por fin, alguien timbró a mi puerta.
-¿Quién es? - dije por el telefonillo.
-Hola, Lara. Soy Fer. ¿Bajas?
-Sí claro, ya voy.-colgué, cogí el bolso que había dejado colgado del pomo de la puerta del salón y bajé las escaleras casi corriendo. Menos mal que llevaba zapatos planos.
-Bueno, hoy no podremos ir al cine, ya es muy tarde...
-Ya, pero podemos dar una vuelta, ¿no?
-Claro... ¿te apetecería ir a cenar más tarde?
-Por supuesto, porque no. -sonreí y comenzamos a andar despacio.
Él me puso una mano en el hombro y eso hizo que me sonrojara de tal manera que tuve que bajar la cabeza para que no me viera.
-A propósito, estás preciosa - dijo sonriendo.
-Mu...muchas gracias - le miré y sonreí levemente.
Seguimos andando y hablando de muchas cosas. Yo también le dije que iba muy guapo; llevaba un pantalón vaquero, una camisa negra y unos zapatos muy limpios que casi parecían nuevos. Además, llevaba una chaqueta de esmoquin, cosa que me sorprendió agradablemente. A eso de las 8 y media paramos delante de un restaurante.
-Fer... ¿tú tienes dinero para pagarte esto? Porque yo solo traigo...-miré el dinero que llevaba en el bolso. Sólo era lo que me sobrara de hacía tres días de salir con Laura y Lorena.- 20 euros... -me sonrojé un poco. Parecía pobre.
-Tranquila, traigo dinero de sobra. Mis padres me lo dieron. -me enseñó un montón impresionante de billetes, todos de 10 euros, pero juntos deberían de ser más o menos 100.
-Vaya... mis padres nunca me darían tanto dinero... - seguía mirando los billetes. A veces puedo llegar a ser bastante materialista.
-Se ve que los míos son demasiado buenos. En fin, ¿entramos? - dijo abriendome la puerta para dejarme pasar.
Asentí y entré sin mucha prisa, mirando a mi alrededor. Parecía que no había ninguna mesa libre. Fer se acercó al camarero y le preguntó.
-Perdone, ¿tienen mesas libres?
-Sí, señor. Allí al fondo hay una mesa para dos - dijo mientras miraba para mí sonriendo.- Pueden sentarse. Ahora mismo les atiendo.
Nos alejamos despacio, mientras él me cogía por la cintura. Eso era demasiado para mí.
-Te ha tratado de señor... - me reí levemente, agachando la cabeza.
-Sí, doy aire a señor millonario, ¿verdad? - dijo con voz grave, imitando a uno de esos peces gordos. Y yo me reí, esta vez más de lo que debería, porque todo el restaurante de miró; yo me sonrojé, y Fer se rió.
-No te preocupes, te miran por lo guapa que estás.
-No lo creo... -sonreí. En ese momento tenía muchísima vergüenza, tanto porque todos me miraban, como por lo que había dicho Fer.
Nos sentamos en la mesa que había dicho el camarero y justo en ese momento vinieron a atendernos. Cada uno pidió cosas muy distintas, menos en la bebida, que los dos pedimos agua. Mientras cenábamos hablamos de cosas muy diversas: de mis amistades, de las suyas, de nuestros hermanos, de temas que habían salido en el periódico, de las locuras del mundo... Hasta que llegamos a hablar de su exnovia.
- Sí... me dejó hace dos meses. Pero bueno, ahora ya estoy bien.
-Sabes que me tienes aquí para lo que quieras, ¿vale?
- Claro Lara, eres una amiga genial, en serio.
¿Amiga? ¿Me veía como una amiga?
-Es más, eres como mi hermana - sonrió enseñando sus dientes, y yo sonreí también, pero sin ganas.
¿Qué? ¿Como su hermana? No, esto no podía ser... Así que esto es una quedada de amigos... Estupendo.
-Yo ya he terminado.
-¿No quieres postre? - dijo señalando la carta.
-No, no, ya te has gastado bastante en mí. Además tengo sueño, prefiero irme para casa...
-Está bien.
Llamó al camarero y pidió la cuenta. Pagó y, cuando salimos, insistió en acompañarme a casa. Yo dejé que lo hiciera. Cuando llegamos al portal se despidió, me dio un beso en la mejilla y se marchó. En cuanto él se dio la vuelta, una lágrima resbaló por mi mejilla. Me apresuré a coger las llaves y abrir la puerta para que no me viera así,  y en mi camino por las escaleras, no paré de llorar; eso sí, en silencio.

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